Un Camino Anunciado hacia el Abismo: Colombia Bajo el Yugo del Socialismo de Gustavo Petro


Era fácil prever el rumbo que Colombia tomaría bajo el liderazgo de Gustavo Petro. Quienes conocen su trayectoria sabían desde el principio que la nación estaba a punto de embarcarse en un viaje incierto, uno que ha sido recorrido antes por otros países, siempre con el mismo destino: el fracaso. Petro no ha ocultado nunca sus simpatías por figuras como Lenin, Chávez o Castro, arquitectos de sistemas que prometieron igualdad y justicia, pero que en realidad desataron pobreza, represión y desesperanza. La historia de la izquierda radical en América Latina y el mundo está marcada por gobiernos que, en su afán de transformar la sociedad, destruyeron las bases mismas de la prosperidad y la libertad. 

El ascenso de Petro al poder no fue un accidente, sino el resultado de décadas de propaganda y un trabajo constante por parte de las fuerzas que buscan imponer un modelo socialista en Colombia. Un modelo que, a pesar de sus promesas utópicas, está condenado al fracaso porque se basa en principios que contradicen la naturaleza misma de la economía y la libertad humana. La retórica de Petro, cargada de consignas de justicia social, oculta las mismas trampas que han arruinado a países como Venezuela, una nación que, bajo la sombra de Chávez, pasó de ser una de las economías más prósperas de la región a un estado fallido donde la pobreza y el exilio son la norma.

Desde sus días en el M-19, Petro ha demostrado un desprecio por las instituciones democráticas y el mercado libre, pilares sobre los cuales se ha construido la prosperidad en el mundo moderno. El socialismo que Petro promueve es una ideología que, en su esencia, rechaza el valor del individuo, negando la importancia de la propiedad privada y la libertad económica. Este desprecio por la iniciativa privada se ha reflejado en cada una de sus propuestas y políticas, tanto como alcalde de Bogotá como en su gestión presidencial. No es sorprendente, entonces, que Colombia esté experimentando hoy una crisis económica que amenaza con devolvernos a tiempos oscuros, donde la pobreza y la desesperanza eran la norma, y el progreso una quimera.

La inflación galopante que ahora azota a Colombia no es una casualidad. Es el resultado directo de las políticas económicas irresponsables que han caracterizado el gobierno de Petro. La idea de que el Estado puede y debe controlar los sectores clave de la economía es una falacia que ha sido refutada una y otra vez por la historia. Cuando el gobierno imprime dinero sin respaldo y gasta más allá de sus posibilidades, la inflación es inevitable. Y con la inflación viene el empobrecimiento de la población, especialmente de los más vulnerables. La pérdida del poder adquisitivo, la incertidumbre y el encarecimiento de la vida son los primeros signos de una economía que se desmorona bajo el peso de un modelo que nunca ha funcionado en ningún lugar del mundo.

La corrupción, otro de los males endémicos de los gobiernos socialistas, no ha tardado en manifestarse en la administración de Petro. Los escándalos de corrupción son parte integral de los regímenes donde el Estado controla la mayoría de los recursos y donde los funcionarios tienen un poder casi ilimitado para distribuir prebendas a sus allegados. En un sistema donde las instituciones son débiles y el poder se concentra en pocas manos, la corrupción florece. Los tentáculos de la corrupción en el gobierno de Petro se extienden a todos los niveles, minando la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y erosionando aún más la ya frágil economía.

El estancamiento económico que Colombia está experimentando no es más que la consecuencia lógica de estas políticas. Petro ha frenado la inversión, ha ahuyentado al capital extranjero, y ha desincentivado el emprendimiento con su retórica antiempresarial. Las empresas, grandes y pequeñas, son el motor de cualquier economía sana, pero en lugar de fomentar su crecimiento, el gobierno de Petro las ha sometido a una presión fiscal insostenible y a un entorno regulatorio asfixiante. El resultado es un decrecimiento económico que condena a millones de colombianos al desempleo y a la precariedad. 

La inseguridad, otro de los flagelos que Petro prometió combatir, no ha hecho sino aumentar bajo su gobierno. La política de apaciguamiento hacia los grupos armados ilegales, disfrazada de diálogos de paz, ha permitido el resurgimiento de organizaciones criminales como las antiguas FARC y el ELN. Estos grupos, lejos de desmovilizarse, han aprovechado la debilidad del Estado para fortalecer sus operaciones, sembrando el terror en vastas regiones del país. La paz que Petro promete es una quimera; lo que realmente estamos presenciando es una capitulación ante los enemigos de la democracia, que ven en este gobierno una oportunidad para recuperar el terreno perdido.

El sueño de Petro de una Colombia socialista es una pesadilla que se está volviendo realidad ante nuestros ojos. Cada día que pasa, la nación se hunde más en el abismo, mientras su liderazgo insiste en recetas que ya han fracasado en innumerables ocasiones. Pero aún no es demasiado tarde para despertar. Los ciudadanos tienen en sus manos la capacidad de revertir este curso antes de que el daño sea irreversible. Es fundamental que la sociedad civil se movilice, que las voces disidentes se hagan escuchar, y que se defienda la libertad y la democracia con la misma tenacidad con la que otros buscan destruirlas. La recuperación será difícil, pero es posible. Sin embargo, entre más tarde despertemos, más difícil será rescatar a Colombia del precipicio hacia el que Petro y su ideología nos están conduciendo. Es el momento de actuar, antes de que el socialismo, una vez más, nos arrebate el futuro.

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