El Gran Engaño del Victimismo: Cómo la Izquierda Encubre su Fracaso en Colombia


En la actualidad colombiana, el discurso de la izquierda ha logrado penetrar profundamente en la conciencia de las masas, construyendo una narrativa que, para muchos, parece irrefutable. Esta narrativa, cuidadosamente elaborada, se presenta como la voz de los oprimidos, de los marginados, de aquellos a quienes el sistema ha dejado atrás. Sin embargo, bajo esa capa de retórica justiciera y solidaria, se esconde un patrón insidioso que se repite una y otra vez: la cultura de la victimización. La izquierda, tanto en Colombia como en otras partes del mundo, ha convertido la victimización en su estandarte, utilizando este recurso no solo para ganar el apoyo popular, sino también para encubrir sus propios fracasos. La estrategia es simple pero efectiva: cuando están en la oposición, tienen todas las soluciones; cuando gobiernan, encuentran todas las excusas. Pero, ¿cómo es posible que esta estrategia, que a menudo resulta en fracasos evidentes, continúe cautivando a un segmento tan amplio de la población?

El primer paso para entender esta dinámica es reconocer el poder de la narrativa. Desde los tiempos más antiguos, las historias han sido la forma en que los seres humanos entendemos el mundo, compartimos conocimientos y construimos nuestras identidades. La izquierda ha sabido aprovechar este mecanismo, tejiendo una historia en la que se posicionan como los defensores de la justicia social, los paladines de los derechos humanos y los salvadores de los oprimidos. En esta narrativa, cualquier crítica a sus políticas o cualquier obstáculo en su camino no es más que una manifestación de la opresión de las élites, de las fuerzas oscuras del capitalismo, o de los "fascistas" que se resisten al cambio.

Cuando esta narrativa se despliega en la realidad política, observamos un patrón claro. Durante la oposición, la izquierda promete soluciones mágicas para todos los problemas de la sociedad. Afirman que, una vez en el poder, redistribuirán la riqueza, eliminarán la pobreza, erradicarán la corrupción, y traerán una era de igualdad y prosperidad. Sin embargo, cuando alcanzan el gobierno, la realidad se impone con una brutalidad que no pueden ignorar. Las políticas que parecían tan atractivas en la teoría resultan ser impracticables o incluso dañinas en la práctica. La redistribución de la riqueza, por ejemplo, a menudo se convierte en un proceso de expropiación y desincentivación de la inversión, lo que resulta en una economía estancada y en el aumento de la pobreza que se pretendía erradicar.

A pesar de estos fracasos, la izquierda rara vez asume la responsabilidad de sus errores. En lugar de ello, recurre a su estrategia más conocida: la victimización. Las culpas nunca recaen sobre sus políticas o su ideología, sino sobre aquellos que se oponen a su visión. Así, los fracasos económicos no son consecuencia de malas decisiones gubernamentales, sino de la "interferencia de las élites", del "bloqueo" de la derecha, o de una "conspiración" del imperialismo. Esta narrativa permite a los líderes de izquierda mantener intacto su apoyo popular, ya que continúan siendo vistos como víctimas luchando contra un sistema injusto, en lugar de como responsables directos de la miseria que han contribuido a crear.

Este fenómeno no es nuevo ni exclusivo de Colombia. A lo largo de la historia, hemos visto cómo regímenes socialistas en todo el mundo han utilizado tácticas similares para perpetuar su poder a pesar de sus fracasos evidentes. La Unión Soviética, por ejemplo, durante décadas culpó al "imperialismo capitalista" de todos sus problemas internos, desde la escasez de alimentos hasta la represión política. Del mismo modo, en Venezuela, el régimen chavista ha culpado a "la derecha" y a "los Estados Unidos" de la crisis humanitaria que ha devastado al país, ignorando completamente las consecuencias de su propia mala gestión y políticas económicas desastrosas.

Lo que resulta especialmente preocupante en el contexto colombiano es cómo esta narrativa de victimización ha logrado permear en una sociedad que, aunque diversa y compleja, ha sido testigo de las devastadoras consecuencias del conflicto armado y de la corrupción política. En lugar de aprender de los errores del pasado y de otras naciones, parece que una parte significativa de la población se ha dejado seducir por el canto de sirenas de la izquierda, que promete un futuro de justicia y equidad mientras oculta sus propios fracasos detrás de un velo de excusas y acusaciones.

Es aquí donde la realidad económica entra en juego de manera inexorable. El socialismo, en su esencia, ignora principios básicos de la economía. Al centralizar la toma de decisiones y al intentar imponer un control total sobre los recursos, el socialismo elimina los incentivos para la innovación, la productividad y el crecimiento económico. Las personas, al verse despojadas de su capacidad para tomar decisiones basadas en su propio interés, se convierten en engranajes de una máquina estatal que, lejos de fomentar el bienestar, tiende a sofocar cualquier forma de desarrollo autónomo. Este control centralizado, que se presenta como una forma de proteger a los más vulnerables, termina por crear una dependencia absoluta del Estado, una dependencia que, cuando el Estado falla (como inevitablemente sucede bajo regímenes socialistas), deja a la población en una situación de indefensión total.

En la Colombia actual, los ciudadanos deben ser conscientes de esta realidad. No se trata de rechazar toda forma de política social o de ignorar las desigualdades que existen en nuestra sociedad. Se trata, más bien, de reconocer que las soluciones simplistas y las promesas vacías no conducen a la justicia, sino a más pobreza, más división, y más sufrimiento. Es fundamental que los colombianos aprendan a ver más allá de las narrativas de victimización y que exijan responsabilidad a sus líderes, independientemente de su orientación ideológica.

El futuro de Colombia depende de la capacidad de sus ciudadanos para cuestionar las narrativas dominantes y para exigir políticas que, en lugar de ofrecer soluciones mágicas, se basen en un entendimiento realista de la economía y de la naturaleza humana. Solo así podremos construir una sociedad verdaderamente justa y próspera, donde el bienestar de todos se logre no a través de la victimización y la redistribución forzada, sino a través de la libertad, la responsabilidad y el respeto por la iniciativa individual. Es hora de que Colombia despierte del sueño del socialismo y abrace un camino que, aunque más difícil, es el único que puede llevarnos a un futuro de auténtico progreso y bienestar.

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